Roger Bellido Roger Bellido

LA SUERTE NO EXISTE

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¿Qué es la suerte? ¿Cómo nos afecta? ¿Podemos dominarla? La suerte juega un papel constante y significativo en nuestras vidas, sin importar quiénes somos o a qué nos dedicamos. Un profesor puede tener la fortuna de encontrar un alumno que conecte profundamente con sus enseñanzas y que desee aprender cada vez más. Por otro lado, un futbolista puede tener la mala suerte de fallar el penalti decisivo que clasificaría a su equipo.

La fortuna es caprichosa, no es alguien a quien se pueda comprar ni controlar, y parece repartir sus dones de manera aleatoria según su propio capricho. En nuestra profesión, es común escuchar su nombre cuando se logra una buena fotografía. En el arte de capturar la luz, el azar juega un papel crucial, especialmente en estilos de fotografía como la callejera, donde estamos a merced del ritmo urbano y de que sus habitantes se combinen frente a nuestro lente de manera estética y armoniosa para lograr la composición que buscamos. Sin embargo, aunque nadie niega el componente de suerte, tampoco se puede ignorar que nosotros, con habilidades como el dominio de la composición, el conocimiento previo de los lugares en los que buscamos nuestras fotografías, o la preciada paciencia, podemos aumentar significativamente nuestras posibilidades de éxito.

Voy a ser más audaz: no creo que la suerte exista. Creo en el azar, sí, pero eso no significa que el resultado dependa únicamente del lado en que caiga la moneda. Debemos olvidar la suerte. Séneca dijo: "La suerte es cuando la preparación se encuentra con la oportunidad", y la oportunidad siempre está ahí. Esto nos dice que la suerte no es un factor fuera de nuestro control. Aunque no podemos determinar la infinidad de factores que compondrán un momento futuro, eso no nos exime de la responsabilidad para estar preparados y desempeñar nuestro papel con el mayor cuidado y atención posible.

Me gustaría compartir con vosotros una historia reciente, culpable de la reflexión que estoy escribiendo. Este verano me fijé dos objetivos fotográficos. El primero, una fotografía de larga exposición de la Vía Láctea, algo que nunca he podido lograr debido a la contaminación lumínica de donde vivo -problema que espero solucionar en un próximo viaje-. El segundo, capturar un rayo: ese destello fugaz que ilumina el cielo en las ruidosas tormentas de verano y que tanto respeto han infundido a la humanidad, manifestándose en nuestro subconsciente colectivo como dioses con la fuerza de Zeus o Thor.

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Estaba anunciado que, sobre la media tarde, una tormenta pasaría sobre mi casa. La esperé con más ilusión que conocimiento sobre cómo capturarla. Para mi decepción, la tormenta se fue disipando a medida que se acercaba, dejando apenas un manto de nubes grisáceas, de un gris acera apagado y poco atractivo. Decepcionado, decidí estudiar el trabajo de otros fotógrafos sobre cómo capturar relámpagos. Al hacerlo, me di cuenta de que mi enfoque estaba completamente equivocado y que, probablemente, no solo no habría capturado ningún rayo, sino que también habría acabado empapado. Me llamó la atención además la opinión unánime de que es siempre más fácil capturar un rayo por la noche -Supongo que al trabajar con una micro 4/3 le tengo un poco de aversión a las luces bajas-. Pasé el resto de la tarde probando distintas configuraciones de la cámara para estar mejor preparado la próxima vez.

Y cuál fue mi sorpresa cuando, esa misma noche, mientras veía una película, noté por el rabillo del ojo un destello que iluminó el cielo. No quise creerlo al principio, pero el trueno que le siguió me hizo saltar rápidamente por mi cámara. Esa noche logré uno de los objetivos veraniegos que me había propuesto.

A la mañana siguiente, al contarle a mi hermana cómo se desarrollaron los acontecimientos, no pude evitar concluir con la típica frase: "¡Qué suerte tuve!". Pero la verdad es que no fue suerte. Cuando la primera tormenta se disipó, podría haberme enfocado en otra cosa, quizás más productiva o útil en ese momento, o simplemente dar el día por concluido. Sin embargo, el mantenerme enfocado en mi objetivo aseguró que lograría esa fotografía. En el momento en que me concentré en entender el proceso de capturar un rayo, el resultado estaba garantizado; la única variable era el tiempo: ¿cuándo llegaría la próxima tormenta? Fue esa misma noche, y aunque en eso sí fui afortunado, lo cierto es que construí mi propia suerte porque estuve preparado cuando llegó la oportunidad. Y las oportunidades siempre llegan.

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Pero no es oro todo lo que reluce, y esa misma noche perdí una oportunidad para capturar una imagen perfecta. Miento, sí la capturé, pero con una calidad muy lejos de lo que podría haberse logrado estando más preparado. En un momento de la noche, mientras sacaba fotos a la tormenta, vi cómo un vuelo comercial se dirigía sin titubear hacia la formación nubosa de la que centelleaban esas interminables formas de energía. Sabiendo que podría obtener una foto épica, rápidamente lo enfoqué para ver si tenía la fortuna de coincidir y atrapar el instante en el que un rayo iluminase su trayectoria. Efectivamente, lo logré, como podéis ver en la foto de arriba. Pero tendréis que fijaros bien, pues las posibilidades de mi cámara solo dieron para la imagen que observáis. Podría decir que tuve (tengo) mala suerte, porque mi equipo no era lo suficientemente bueno para lograr la calidad que la foto exigía. Pero no, esa fue una oportunidad para la que yo, con mi equipo actual, no estaba preparado. Depende de mí seguir avanzando en este camino y que, si en un futuro se presenta una ocasión similar, disponga de los medios necesarios para capturar la instantánea que visualizo en mi cabeza.

De nada sirve quejarse por nuestra suerte; lo que importa es saber qué es lo que queremos lograr, las herramientas que necesitaremos, o los pasos que tendremos que dar, y avanzar en esa dirección con convicción y la certeza de que todo llega a quien sabe esperar.

 

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